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Wolfsburgo 2-0 Real Madrid
La Champions no perdona
Un presidente madridista, poner el himno de la Décima antes del partido, el banderín de recuerdo -el Madrid no se presentó con obsequio-, 15 minutos de candidez de un equipo octavo en la Bundesliga... Todos cuantos se apoyaron en esta ristra de argumentos para pensar en la victoria blanca como una realidad cuestión de tiempo, erraron a más no poder. Tan fácil es verlo ahora como lógica parecía la secuencia mientras se iban sucediendo los acontecimientos: todo era una trampa. Se la tendió el Wolfsburgo, finalmente lobo con piel de cordero, a los de Zidane, un equipo sin reacción.
Los más jóvenes entenderán ahora a sus mayores, empatizarán con ellos, interiorizarán sus historias y no las asociarán por reiterativas a las del abuelo Cebolleta. El madridismo más imberbe y novel habrá entendido los porqués del respeto de sus veteranos a viajar a Alemania. Uno, por encima del resto: allí hay alemanes, maromazos históricamente más rápidos, fuertes, altos e incluso guapos.
No le sirvió de nada al Madrid jugar como no acostumbra: teniendo la pelota desde el principio, cuidándola y mimándola, haciéndola viajar a la velocidad idónea para disfrutar de cada escala rumbo al gol. Así llego el de Cristiano, precedido de un fuera de juego que lo hizo inútil. No le afectó a los madridistas, que mantuvieron el ritmo esperando a la próxima, que apareció en el 4', en un penalti de Luiz Gustavo a Bale que el árbitro no pitó. Nuevamente, los de Zidane no desistieron y tuvieron el primero en las botas de Benzema, tan magistral al burlar a Dante como escaso de soluciones frente a Benaglio.
A partir de ahí, el Madrid empezó a preocuparse, sobre todo cuando en el 17' Rocchi se sacó el silbato de donde se lo había metido en el minuto cuatro para pitar un penalti muy riguroso de Casemiro a Schurrle. No perdonó Ricardo Rodríguez, que de paso abortó el intento de récord de Keylor: 1-0. En el 25' llegó el 2-0, obra de Arnold, al que habilitaron a partes iguales un Ramos para los leones y un acertado Bruno Henrique, brasileño con nombre de culebrón venezolano. Cuando Schurrle se asomó inocentemente al tercero de la noche, no había dudas: por el Volkswagen-Arena andaban los fantasmas de aquel Dortmund 4-1 Real Madrid.
Antes de retirarse lesionado por la fea patada de un Naldo que no se vio cargado por ello con una amarilla, Benzema tuvo un cabezazo para meter al Madrid en el partido. Pero no era su noche. Sí lo era de Draxler, que agotó su catálogo técnico frente a la imposibilidad que presenta Danilo para dar el nivel que exige el Real Madrid. Jugar con el brasileño es hacerlo con 9: no es sólo que no ayude, sino que perjudica y lo hace por dos.
Teniendo en cuanta que el 3-0 anduvo más cerca que el 2-1, puede dar gracias el Madrid de que el resultado no se moviese en la segunda mitad. En el 69', Schurrle se llenó de gloria y balón a partes iguales y mandó a la grada el tercero. Como Jesé, voluntarioso pero poco práctico, no daba de sí para llenar el vacío de Benzema, Zidane intentó cambiar el destino con Isco, que sustituyó a Modric. Del malagueño salió un pase de fantasía después del que Cristiano no fue capaz de superar a Benaglio. Aparte de eso, poco más que intermitencia y unas cuantas pérdidas aportó Isco. James, que apenas jugó 10 minutos, tampoco anduvo inspirado para maquillar el desastre de noche perpetrado por sus colegas. Tanto para Isco como para James, lo peor no es lo poco que juegan, sino que a nadie le importa.
Llegando al final, Keylor tuvo que salvar un disparo de Kruse que apestaba a gol. Era el minuto 89 y ya estaba claro que el clásico ahora no importa: las victorias no saben tan bien como mal las derrotas. Sobre todo si permites que el lobo se quite la piel de cordero, si dimites del partido y haces que el rival se sienta como en un agosto en Mallorca. Poco pareció importarle al Madrid que la Champions, la competición que no perdona un descuido, sea su última bala.
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