A principios de los años 70, Colombia era el mayor centro de distribución de contrabando en Sudamérica de casi cualquier producto: pantalones vaqueros falsos, piezas de vehículos, esmeraldas, diamantes, etc. Debido a su asiduidad, el contrabando se veía como una forma respetable de ganarse la vida y suponía uno de los sectores más importantes del país.

Las fortunas que producía se acumulaban entre los más de doscientos grupos que se dedicaban a este negocio, en donde destacaba la familia Ochoa. Su modus operandi consistía en transportar las mercancías ilegales desde el país hasta el mercado estadounidense.

A pesar de su gran poderío, aún quedaba por hacerse con el control del mercado y esto solo sería posible con el negocio de la cocaína. Una sustancia usada durante miles de años por los indígenas por su efecto estimulante suave, pero que a partir de la década de los 70 es sintetizada para comercializarse de manera ilegal en el mercado.

Pablo Escobar, como otros de los grandes narcotraficantes, se hicieron rápidamente con cientos de millones de dólares al dirigir el negocio de forma vertical, desde la plantación/producción, a la sintetización de la droga, el transporte y la distribución en el mercado. De esta forma, los intermediarios eran mínimos y la distribución de los beneficios casi inexistentes.

En aquel momento, producir un kilo de cocaína le costaba al empresario unos 1.000 dólares aproximadamente y el transporte suponía entre 3.000 y 4.000, sumando un total de 5.000 dólares por un kilo que más tarde se vendería en el mercado estadounidense por unos 60.000 a 80.000 dólares, obteniendo unos beneficios muy elevados. Como contextualiza el sicario del narcotráfico, John "Popeye" Velázquez: "Para que usted haga la comparación, una casa en el barrio de los ricos aquí en Medellín (Colombia) costaba 20.000 dólares, o sea que tú metías 100 kilos en los Estados Unidos de Norteamérica y podías comprar Medellín".